Arquitectura vernácula: lecciones de sostenibilidad de las construcciones tradicionales
La vegetación, la fauna, el clima, el relevo generacional y la forma de vida de las poblaciones conforman el paisaje, la identidad y el carácter de cada lugar. Históricamente, la arquitectura nos ha dejado manifestaciones muy diversas alrededor del mundo en función de estos parámetros. Las técnicas y materiales empleados en la arquitectura tradicional son el resultado de la evolución y adaptación de las comunidades a las condiciones del entorno, los recursos naturales de la zona y las actividades socioeconómicas que se han desarrollado en cada localidad.
Esta arquitectura tradicional es la viva prueba de cómo la evolución del ser humano radica en su capacidad para adaptarse y aprovechar lo que el entorno le brinda, con el objetivo de cubrir las necesidades más básicas y primarias. Este modo de relacionarse con el medio de nuestros antepasados es hoy, en un mundo marcado por el gran consumo y modelos de vida perjudiciales para el medioambiente, una auténtica lección de sostenibilidad.
En el artículo de hoy regresamos a los orígenes de la construcción a través de la arquitectura vernácula, una corriente que busca formas de construir sencillas y genuinamente sostenibles.
La arquitectura vernácula: naturaleza y proximidad
La arquitectura vernácula es la corriente arquitectónica que bebe de la tradición. Es una filosofía que tiene en cuenta la identidad propia de cada territorio, desde sus particularidades geográficas y climáticas hasta las culturales, para crear proyectos que no solo se integren en el entorno, sino que se mimeticen por completo con él. Para ello, aprovecha los recursos naturales de la zona como materiales y recupera las técnicas de construcción locales.
Cada vez son más los arquitectos que miran al pasado para conseguir que sus proyectos dialoguen en sintonía con el territorio, respetando el medio ambiente y los valores locales. Esta es, por ejemplo, la forma de entender la construcción de los arquitectos al frente de Arquinatur, a los que entrevistamos recientemente en nuestro blog. “Este tipo de arquitectura muestra la integración respetuosa y sensata del ser humano con el medio en el que vive. Sostiene un equilibrio que en gran parte se ha perdido en la construcción actual, y ha sido sustituido por motivaciones más endógenas y miopes, pero con el poder que nos da la tecnología. Ese poder, a nuestro entender, sería mejor aplicarlo con humildad y sentido común como ser humano dentro de un universo mucho más complejo y menos dominado de lo que nos parece”, explicaba Alberto Monreal para Arquitectura Sostenible.
Una visión compartida por otro de nuestros entrevistados, Sergio Sebastián, en cuya obra la arquitectura vernácula también juega un papel importante: “Cada región y cada lugar tienen unas particularidades, un medio, una serie de materiales y recursos, y la arquitectura vernácula ha sido capaz de concertarlos y hacer de todo ello una técnica infalible y eficaz, destilando una seductora belleza que mana de la sencillez y la lógica”, afirma.
Principios de la arquitectura vernácula
Estos son los principios que guían esta forma de entender la arquitectura:
- La completa integración con el entorno: La arquitectura vernácula se adapta a las condiciones climáticas, geográficas y culturales específicas del lugar en el que se construye. Su máximo exponente lo encontramos en la arquitectura biomimética, aquella que se inspira en la naturaleza para diseñar edificios y estructuras que imiten los procesos y sistemas naturales para conseguir mimetizarse plenamente con el medio.
- Uso de materiales locales: A la hora de escoger los materiales, se recurre a aquellos fácilmente disponibles en la zona. Por ejemplo, el barro en zonas como el norte de África; la madera en zonas boscosas como las de los países escandinavos o la pizarra y la piedra natural en las zonas montañosas de Galicia y León.
- Empleo de las técnicas de construcción tradicionales: Aquellas transmitidas de generación en generación, resultantes de la adaptación de las poblaciones a los medios y condiciones de cada zona geográfica. Una de las más antiguas que se siguen aplicando hoy en día es la del tapial, con la que se elaboran los muros con tierra arcillosa húmeda que ya levantaban los romanos.
- Diseño pensado para cubrir las necesidades básicas: Los edificios vernáculos huyen de los artificios, centrándose en la funcionalidad y el confort.
- Aprovechamiento de recursos naturales: Se busca maximizar el uso de los recursos naturales disponibles, como la luz solar, la ventilación natural, la protección contra el clima adverso y, adelantada a su tiempo, la eficiencia energética. El gran ejemplo está en la arquitectura bioclimática: a partir del análisis de las condiciones climáticas del lugar, se diseñan los edificios para que estos aprovechen al máximo los recursos energéticos naturales de la zona (sol, lluvia, vientos, etc.)
- Estética en armonía con el entorno: Esta corriente se caracteriza por la voluntad de que los proyectos estén en sintonía con el paisaje y la arquitectura predominante de la zona, respetando la escala y la estética local. De este modo, se mantiene intacta la identidad y la herencia cultural de cada lugar.
Las pallozas gallegas, ejemplo de arquitectura sostenible
En la fría Sierra de Ancares, que alberga zonas montañosas del interior de Galicia y León, se encuentra uno de los mayores símbolos de la arquitectura tradicional del norte de España. Un vestigio histórico que es, a su vez, un gran exponente de sostenibilidad.
Se trata de las pallozas, pequeñas viviendas levantadas con gruesos muros circulares de piedra o pizarra y una cubierta cónica de paja. En ellas, tradicionalmente convivían las familias de las aldeas del interior con sus animales de ganado.
El elemento más característico de estas construcciones son sus grandes cubiertas de paja, pensadas para cubrir la necesidad más básica en estas zonas montañosas: resguardarse del frío. Y es que la paja es un excelente aislante que permite mantener constante la temperatura del interior, entre 15 y 18 grados centígrados. Además, también cumple una función impermeable, esencial en una zona en la que las lluvias y la nieve son recurrentes. Los muros de piedra y pizarra también contribuían a este aislamiento gracias a sus propiedades naturales.
Aunque los orígenes de estas construcciones se remontan a la época de la cultura celta, hasta no hace más de treinta años las pallozas funcionaron como vivienda en las aldeas de los Ancares. Las mejor conservadas de Europa se encuentran en el pueblo lucense de Piornedo, donde hace un par de décadas todavía residían en ellas familias de la zona. Sin duda, construcciones como estas son una auténtica lección de que en los recursos que nos proporciona el entorno más próximo podemos encontrar lo indispensable para cubrir nuestras necesidades. La suma de las técnicas y materiales del pasado, junto con los conocimientos y avances de hoy, tiene el potencial para marcar el futuro de la edificación sostenible.